Día


Una madre solicitó a Napoleón el perdón de su hijo, cuando Napoleón era emperador de Francia a inicios del siglo XiX,. El emperador dijo que era el segundo delito que cometía el hombre y que la justicia exigía su ejecución.

  • «No pido justicia», dijo la madre, «pido misericordia».
  • «Pero señora», respondió el emperador, «no merece misericordia alguna».
  • «Su excelencia», prosiguió la madre, «si se la mereciera, no sería misericordia,
    y misericordia es todo lo que le pido».
  • «Muy bien», dijo el emperador, «tendré misericordia». 

El amor de la madre y la respuesta de misericordia del emperador, salvó la vida de aquel hombre.

El amor y la misericordia de Dios son aún más extraordinarias porque «a los pies de la cruz de Jesús se completa el perdón. El amor y la justicia se entrelazan, la verdad y la justicia se abrazan».

Amor y verdad

Jesús personificó el amor de Dios y también dijo: «Yo soy […] la verdad» (Juan 14:6). El Espíritu Santo derrama el amor de Dios en nuestros corazones (Romanos 5:5) y también es el Espíritu de la verdad (Juan 15:26). La verdad se vuelve dura si no es dulcificada por el amor; el amor se vuelve blando si no es reforzado por la verdad.

David canta «No oculto en la gran asamblea tu gran amor y tu verdad». Ora por que «siempre me protejan tu amor y tu verdad» (v.11b). No ve el amor y la verdad como dos cosas que se excluyan mutuamente en ningún sentido, sino como complementarias. La verdad sobre Dios es que te ama; Él es justo y fiel, hace justicia sobre la tierra.

Igual que el amor y la verdad van de la mano, así también lo hacen la justicia y la misericordia. Los conceptos de rectitud (como en el v.10) y justicia están íntimamente relacionados en las Escrituras. En este pasaje, David suplica la misericordia de Dios basándose en su conocimiento de la rectitud de Dios: «No me niegues, Señor, tu misericordia […] Me han alcanzado mis iniquidades, y ya ni puedo ver» (vv.11a,12b). El pecado nos ciega. Necesitamos la misericordia y el perdón de Dios para poder ver con claridad.

Oración

Señor, que tu amor y tu verdad me protejan siempre.

Amor y misericordia

¿Has tenido alguna experiencia culminante de la presencia de Dios en tu vida en las que te has sentido extraordinariamente cerca de Jesús? Este pasaje comienza con una experiencia así.

Jesús lleva a la montaña a Pedro, Juan y Santiago para orar. Mientras Jesús está orando, lo ven transfigurarse delante de ellos, viéndolo en su gloria (v.32). Pedro le dice a Jesús que aquel es un momento grandioso (v.33). Todos tomaron una profunda conciencia de la presencia de Dios (v.34), y escucharon a Dios decir: «Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo» (v.35)

Pero a nosotros, igual que a los discípulos quienes «bajaron de la montaña», también nos llega el momento en el que tenemos que bajar (v.37). Las cumbres nos inspiran, pero maduramos en los valles.

En la base de la montaña esperaban a los discípulos las duras realidades de la vida (fracaso en su ministerio, faltas de comprensión y rivalidades). Pero la experiencia de la montaña te puede ayudar a ver tu vida de abajo de una manera nueva y diferente.

Jesús llama a sus discípulos a un amor universal. Te llama a acoger a la gente: «El que recibe en mi nombre a este niño, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió» (v.48). Acoge a la gente independientemente de lo que puedan hacer por ti.

La manera en la que acoges a la gente importa de verdad. Algunas personas son cálidas y acogedoras mientras que otras no. Algunas iglesias son cálidas y acogedoras, mientras que otras no lo son. Me he sentido inmensamente inspirado por la iglesia Hillsong y la bienvenida que dan a cada persona que llega a sus servicios y conferencias. Parecen tener una comprensión profunda de que al dar la bienvenida a la gente, están acogiendo a Jesús. Y al recibir a Jesús, reciben a aquel que lo envió.

Juan intervino: «Vimos a un hombre que expulsaba demonios en tu nombre; pero como no anda con nosotros, tratamos de impedírselo» (v.49), a lo que Jesús contestó: «No se lo impidan […] porque el que no está contra ustedes está a favor de ustedes» (v.50; comparar Lucas 11:23). Acepta a la gente que sea de fuera de tu círculo cercano, tu denominación y tus tradiciones. Si no están contra Jesús, están con él. Dales la bienvenida como seguidores de él.

Por otro lado, no te sorprendas si no siempre eres bienvenido. Hasta Jesús no siempre lo fue. Cuando Jesús se dirigió resueltamente a Jerusalén, envió mensajeros por delante para que fueran a la aldea samaritana a dejar todo listo para él, pero los lugareños no lo recibieron (9:51–53).

Mi respuesta inmediata al no ser recibido sería similar a la de Santiago y Juan: buscar desquitarme. Cuando los discípulos vieron la manera en la que Jesús fue tratado le preguntaron: «Señor, ¿quieres que hagamos caer fuego del cielo para que los destruya?» (v.54). Pero la venganza no es la respuesta justa: «Jesús se volvió a ellos y los reprendió» (v.55).

Jesús, que es la verdad y que habría de cargar sobre sí la justicia de Dios en la cruz, nos muestra lo que significa amar incluso a tus enemigos y tener misericordia de ellos.

Oración

Señor, ayúdame a amar como Jesús aceptando a todos; ayúdame a no buscar venganza sino a ser misericordioso incluso con mis enemigos.

Amor y justicia

Toda la vida nacional de Israel era dirigida directamente por Dios. Operaba en un mundo muy diferente del nuestro. Algunas de sus leyes son de aplicación universal, otras eran específicas para el antiguo Israel. Aquí vemos los comienzos de un código de prácticas legales específicos para el Israel antiguo.

La pena capital por el asesinato era una expresión de lo sagrado de la vida (Génesis 9:6). La pena tenía que ser tan severa porque tomar una vida humana era algo muy serio. Aquella era una sociedad en la que la alternativa (por ejemplo la cadena perpetua) no era realmente práctica.

Vemos que se hace una distinción entre el asesinato «intencionado» (Números 35:20, RVA-2015) y lo que era a los efectos prácticos un homicidio «sin hostilidad» y «sin intención» (v.22, RVA-2015). También vemos los comienzos del derecho al juicio con jurado (es decir por el pueblo). Quienes eran acusados de un crimen debían presentarse «ante el pueblo para ser juzgados» (v.12, DHH): «entonces la congregación juzgará» (v.24 RVA-2015).

«El vengador de la sangre» (v.19 RVA-2015) no estaba tomándose una venganza privada. El asunto tenía que ser presentado ante el tribunal («la asamblea» (v.19)) por más de un testigo y la sentencia era pronunciada por el mismo. Las pruebas tenían que ser muy sólidas (v.30) y no se aceptaba el rescate por la vida del asesino (v.31).

El Nuevo Testamento distingue entre los asuntos del estado y la moral personal. La autoridad gubernamental es establecida por Dios y « está al servicio de Dios para tu bien. […] No en vano lleva la espada, pues está al servicio de Dios para impartir justicia y castigar al malhechor» (Romanos 13:4). El estado se ocupa de la protección de la gente. Permanecer inmóviles consintiendo la injusticia sería faltar al amor y poco cristiano. Sería dejar que el mal se descontrolara e ignorar el dolor de las víctimas.

Pero en lo que respecta a la moralidad personal, tanto Jesús como el apóstol Pablo no se toman venganza (Mateo 5:38-42; Romanos 12:17-19). Esta actitud de amor y perdón no niega la justicia, sino más bien es una expresión de confianza en la justicia definitiva de Dios (ver Romanos 12:19). Al confiar en la justicia de Dios, se nos da el poder de imitar su amor. Como escribe Miroslav Volf «La práctica de la no-violencia requiere de la creencia en la venganza divina». Este autor explica que cuando sabemos que el torturador no triunfará eternamente sobre la víctima, somos liberados para redescubrir la humanidad de esa persona e imitar el amor de Dios por ella.

La distinción entre nuestra propia moralidad y la del Estado nos crea a todos una tensión por dentro. Somos individuos con un mandato de Jesús de no vengarnos o buscar revancha. También somos ciudadanos del Estado con un deber de prevenir el crimen y llevar a los criminales ante la justicia. No es fácil aguantar esta tensión, pero una actitud de amor requiere que lo hagamos. Nuestra motivación tiene que ser siempre el amor y la justicia, no la revancha o la venganza. Debemos actuar con una actitud de amor en todas las situaciones.

Oración

Señor, ayúdame a combinar la pasión por la verdad y la justicia, con una actitud de amor y misericordia.